Época: Románico Pleno
Inicio: Año 1066
Fin: Año 1150

Antecedente:
Del Románico Pleno al Tardorrománico

(C) Isidro G. Bango Torviso



Comentario

Un edificio del románico pleno se identifica inmediatamente por el tratamiento especial que recibe en la aplicación de motivos de escultura como complemento de las líneas arquitectónicas. Desde los aleros hasta los vanos -puertas, ventanas, óculos- e incluso los propios paramentos, sirven de marco a una profusa ornamentación figurada.
Estas figuras esculpidas se someten, ahora sí, a las formas arquitectónicas que les sirven de marco o soporte. En el último tercio del XI, ya en territorio hispano, ya en territorio francés, varios talleres de escultores, inspirándose en las imágenes de sarcófagos tardorromanos provinciales, realizan la decoración de diferentes templos labrando capiteles, fustes, canecillos, metopas y diferentes tipos de relieves. Desde esta época hasta 1120, en diferentes templos hispanos, como la catedral de Santiago de Compostela, San Isidoro de León, catedral de Jaca, San Saturnino de Toulouse, se dieron pasos decisivos para configurar una gran portada, donde el programa iconográfico se adaptará al tímpano, los capiteles y otras zonas complementarias. Diez años después, y a lo largo de algo más de un decenio, las experiencias fraguarán en las monumentales portadas de Moissac, Conques, Vézelay y Autun. En Italia será Wiligelmo, entre 1110 y 1120, siguiendo también modelos del relieve tardorromano, quien concebirá una monumental decoración para la fachada de la catedral de Módena. Tan sólo hasta mediados de siglo, uno de sus discípulos, el maestro Nicoló, será capaz de adaptar la escultura a tímpanos y columnas de una portada como se hace en Francia y España.

La decoración escultórica monumental también alcanzará los claustros. En los monasterios de Silos y Moissac, iniciándose las obras poco antes de 1100, se dispondrán repertorios icónicos que cubren no sólo los capiteles, sino grandes relieves. Las pretensiones compositivas son mayores en el monasterio burgalés, donde no se trata, como en Moissac, de una sola figura enmarcada, sino de verdaderas escenas narrativas.